martes, 27 de agosto de 2013

Y caigo

«Solo te pregunto», me dices, y yo no sé qué responder. No estoy seguro si lo que quieres es un beso o simplemente que te deje dormir en paz. Golpeo el cigarro -que, por cierto, se encuentra más amargo de lo normal, no digo que no me guste- mientras observo tu cabeza girar unos cuantos grados a la derecha, hasta quedar de espaldas a mí. Creo que lo de hoy es abstraerte. Abres tu mochila, pequeña caja de Pandora repleta de basura, y descascaras un cítrico sin trinidades en el rostro. Siento que debo tocarte, a ver si eres real, amor. Quiero ser yo la naranja que cruza tus bordes. Entonces cambio el color de la tinta, mi letra en rojo es horrible sobremanera. Ríes para ti solo; siempre me gustó tu bipolaridad, pero sospecho que te estás burlando de mis inseguridades. ¿Es que me encuentras ridículo, querido? Bueno, no serías el primero. Qué tan rápido paso de ahondar en el subsuelo a sentirme una hoja levitante y sin colores. Está bien, te fuiste, pero dejaste aquí tu felina sombra. Vuelve. Tal vez debería irme yo, tal vez debí haber sido yo quien terminó aplastado tras caerse de aquel edificio burgués. De alguna manera siento que lo fui, solo que mi caída es esofágica y dura mucho más de veinte pisos. Añado signos de interrogación: ¿Volverás, amor? Me siento un pervertido practicando voyerismo en la azotea. Y caigo. Te imagino caminando con la cabeza gacha mientras desenredas tus audífonos. Pero no estás aquí.

2 comentarios:

  1. No, no lo creo. La imagen es de un artículo de la revista Life en que se plasmaba la vida neoyorquina en los sesentas, o algo así.

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