miércoles, 31 de julio de 2013

Carreras al odio

Supongo que a punta de empirismo
obligado e inescapable
he comenzado a desarrollar
una peculiar satisfacción con el voyerismo de,
obviando la viciosa circulación de artículos,
tabús andinos, misoginia insalvable,
catolicismo desenfrenado e irrepresible,
fingido laicismo constitucional, mares de sexo
y basura, escritores antisemitas y misóginos,
golfas disfrazadas de libertarias comunistas,
golfas con síndrome de Diógenes,
golfas andando por las calles solo por fumar miradas,
golfas con pieles, golfas amarillistas, golfas elitistas,
miradas despectivas y listas largas
que un joven golfo más cuelga en su odre
para releerlas cada vez
que un separador de hojas se le pierde.

Desorden

No tengo ni una sola puta experiencia hecatómbica
para describir y tergiversar hasta el límite,
no encuentro nada en mis muchos meses perdidos,
no me conozco, cómo pretenden que lo haga
si solo he convivido conmigo dieciséis años
y restándole los primeros seis de inconsciencia
más los otros siete de maniqueísmo
quedan apenas tres, tres miserables y anárquicos
lapsos en que pude ahondar en mí,
en que pude transmutarme.

Momento antes de

Empiezo a hacer que se muevan una por una las fotos que me hacen recordar tu magia filtrada y distópica, sitúo a Peter Doherty como telón de la parsimonia de mi individualidad cibernética, prendo un cigarrillo que no terminaste de fumar y que sobrevivió a mi infrahumana distracción cuando decidí lavar mi morral sin quitarle ninguna de las reliquias mundanas que coexisten con el mal olor y las huellas de nuestros zapatos, le doy una pitada, lo presiono contra el cristal de mis antiguos lentes rotos, lo guardo en el bolsillo derecho de mi jean parchado, me cierro la horrible casaca que llevo puesta, extraño mis guantes, rompo por quinta vez el separador del papa que tanto odio, volteo a ver mis libros nuevos, oh niño Demian, releo tus estados perfectamente redundantes, miro el techo de este cuarto lleno de estúpidas pinceladas aleatorias, siento una lágrima emerger, no comprendo por qué, me pierdo en la inmensidad de las manchas en el vientre de mi furibunda mascota, la dejo ir, me morderá, Monikoff se va a Chiclayo, caigo en cuenta de que me desvié de tu mapa bidimensional, extraño tu parecer con un cervatillo huraño, tu forma de jugar bajo la lluvia, tus pequeños e inconscientes ronroneos al inicio de un beso, dejo atrás la silla giratoria, abro la puerta con la llave rota, alzo mi capucha y me dispongo a visitar el faro, a ver si te apareces por allí.
I
Hoy no tengo nada por decir. 

II
La monotonía es escabrosa y le gusta manifestarse mediante golpeteos redundantes de gotas de lluvia en mi ventana. 

III
Sospecho que las palabras se han declarado en guerra silenciosa conmigo, pero no importa: me gusta la violencia sintáctica. 


martes, 30 de julio de 2013

Un poquito de solipsismo

¿Pero qué se hace
cuando dos opiniones antitéticas
se ponen las gafas al mismo tiempo
y bucean simultáneamente
en alguna parte de tu bipolar cabeza?

¿Qué se hace
cuando caes en cuenta
de tus dieciséis años
y de la incorrección
de estarle inventando cosas al mundo?

Cuando no quieres cambiar
y sin embargo el salto kilométrico de etapas
indica al sur, donde etiquetas todo
o entristeces en el intento,
¿qué se hace?

lunes, 29 de julio de 2013

Metaforización del día

Entonces hoy unimos eslabones en La Rambla e hicimos planes de abordar un barroquísimo carro de fuego hacia el faro de Nantes y otros lugares que no se ubican así nada más. Todo esto, no sin antes llevar provisiones: nos cargamos casi en completo la mercadería de una tiendilla de flautas y crisantemos, de libros en remate y tazas estampadas; llenamos nuestros morrales de hilo, si acaso se nos daba por dormir sobre telarañas manufacturadas; metimos en nuestros bolsillos incontables cajas de cigarrillos de tantos tipos que ya no cabe ni enumerarlos; compramos un par de lentes de sol (aclarar que no fueron Ray-Ban) por si orbitábamos de cerca al sol, como suele ser costumbre cada vez que miro tus ojos; y entonces, partimos. En el primer viaje, mientras nos dirigíamos a la sucursal limeña de Carros Barroquísimos de Fuego S.A, no intercambianos palabra de ningún tipo: nos preparábamos para entrar al Aleph. Solo me dedicaba a mirar tus manos y en momentos de debilidad me atrevía a subir la mirada hacia tus labios o lunares, y tú solo oblicuabas la sonrisa de una manera muy siamesa. Abordamos el vehículo con nuestros ojos estrábicos y ansias de declaraciones bisílabas; el camino fue recargado de participios y fresas de todos los tipos. Nunca me acostumbré. Sin embargo, cuando puse pie en tierra y mano en tu cintura, sentí la brisa fresca de la playa en alturas y la saturación de colores en los días grises. Con el pulgar y el índice cogí las líneas de tus manos y los usé como ariete para entrar en ti, te catapulté hasta los peñascos en la bahía lluviosa y rodeé tus rododendros hasta la aferración máxima. Las cuatro, las cinco, las veinte, las cincuenta horas de la tarde y podía tocar la cercanía del Ragnarok mientras me besabas. Dijiste que deje de plañir las cítaras, pues ya te tenías que ir. No te dejé ir nunca.

miércoles, 24 de julio de 2013

Errores anatómicos

Pero no tardarán los dedos tristes en presionar mal los botones y producir inintencionalmente un nuevo lenguaje rico en aforismos y antimetalepsismo que dificultará mucho el tráfico verborreico presente en el decadente y económico siglo XXI; no tardarán los ojos en perderle el hilo a las cosas y abandonarse a solo la acción de masturbar versos en un afán de complacer la epidermia, de no alterar los flujos cronológicos con que se ha ido alimentado nuestra vida de cronopios abibliotecados, y un par de docenas de días sin Ginsberg o Kafka; las orejas irán transgrediendo las gravedades terrestres y los asteroides peligrosamente orbitantes, tergiversando cada adjetivo que le adjudicas a nuestras jornadas de dualidad y marmota, besando audífonos y los gemidos tácitos con que Zach Condon y Al Bowlly activan los carruseles retro;  nuestras lenguas se enredarán en un idilio cósmico y un abismo arcaico. Y al final de todo nuestra anatomía se reiniciará y solo quedará de nosotros, pobres endémicos deshumanizados, el humo que aún destila nuestros cráneos. 

martes, 23 de julio de 2013

Sueños ordinarios camino a tu casa

Antes que me olvide. Soñé difusamente que iba a tu casa por las paranoicas ansias de verte: crucé por lo menos una veintena de puentes y callejuelas pútridas y basurales antes de llegar a una bajada frente a un Plaza Vea, rodeado por un bosque. Caí en cuenta de que el bus no pasaría por tu casa. Bajé ansioso de allí, pues estaba asustado, perdido: era la primera vez que caminaba por esos lugares. Me proponía subir entre los ficus, cuando tres jóvenes se me acercaron; pude vislumbrar el destello de una navaja entre los pulgares de uno de ellos, además de algunos sobres transparentes de cocaína o algo parecido. Supongo que me golpearon, pues a partir del momento en que el de polera amarilla se acercaba a mí, todo se volvió neblina y confusión. Varias horas después, pues era de noche, desperté, y tenía un libro y un estuche en la mochila: era un poemario de César Moro y un CD de Amelié. 

Defensa a los renegados

Algún día todas las palabras que hemos dicho volverán a nosotros como flashbacks, nos morderán como sanguijuelas hambrientas, destrozarán nuestros egos multilustrales y el tiempo en que nos hemos vuelto más viejos y tristes; algún día limpiaremos nuestra espesa barba en escala de grises y pensaremos en cómo no nos comimos al mundo, cómo seguimos las huellas, cómo nunca nos tocamos en Delfos ni en París, cómo es que controlamos el hedonismo necesario a base de pastillas, utensilios de plata, cuatro pisos y eternos amores heterosexuales. Algún día, mientras vemos alguna película de acción norteamericana, mientras tomamos té y le gritamos a la televisión contradictoria, algún día se nos vendrá la loca idea de follarnos latinoamérica e ir, cojeando, hasta alguna distopía salvaje. Y entonces iremos, desprotricando contra el mundo.
Y nos basta mirar a Charles Chaplin sin maquillaje 
triste y sefaradí, 
basta sabernos las manchas oxidadas
en su camisa y los restos de lágrimas en su saco 
y la mirada tan divorciada y dispersa,
los ojos tan paralelos, la nariz con cicatrices
de probablemente muchas peleas,
basta mirarlo, como facetas,
como se toca a un rosa 
cuando tiene espinas
y no está envuelta.



lunes, 22 de julio de 2013

Ambos

Cuando los dos nos arremolinamos al borde del castillo
o miramos por encima de los vidrios, cortándonos las barbillas,
cuando somos uno sin percibirlo, cuando, en medio de simbiosis
llenas de humo y automedicaciones, abrimos los cofres de madera
y solo encontramos besos y lazos que nos dividimos y apeltronamos;
tú que tiemblas arcaicamente por el frío y la lluvia y los deseos
de no movernos de aquí, de ser boas constrictoras, de sobrevivir
en medio de estos huracanes, de esta gotería gélida y medieval,
tú que me has escrito tantas cosas mientras yo, adormilado,
las guardaba en un odre electrónico.
I
Declararle la guerra al mundo en medio de un folk, dentro de un par de cigarrillos.

II
Entonces me gusta que me llames «amor», por más miraquelindo que sea.

III
Y quiero silabearlo a través de un megáfono.

IV
Son las afasias por la tarde lluviosa.

V
Es el café bella y exageradamente azucarado.

VI
Arremolinaciones en medio del bioma que cruza tu hemisferio derecho en este momento, y que yo acaricio y huelo y afano como si pudiera extraerte todos los pensamientos en forma de pequeños cubos verdes y así saber lo que sientes y sádicamente piensas, lo que arquitecturas en esa pequeña mente arbórea y miniaturizada.

domingo, 21 de julio de 2013

Alucinaciones de posterioridad

Yo que padezco de Síndrome de Stendhal cada vez que fijas y atornillas tu par de péndulos amarillos en mis crisantemos húmedos y ruborizados, afelpados y rojos de tanto destilar tequieros; yo que memorizo letras de canciones y extractos de poemas y muero de ganas de recitártelos anglosajonamente, pero; yo que gusto de ver tus piernillas apoyadas en esos árboles que tanto han presenciado, de olerte y cobijarte en lo más hondo de mi inframundo pleyádico, yo que he pasado los últimos dieciséis años y once meses (quiero llegar a los diecisiete, como Batania) buscando un ocupante para mi buhardillita unidireccionalmente compartible, un pequeño beatnik autodesconocido con cierta pretensión a las oblicuidades y las aceleraciones, un punto negro y esbozado con grafito en medio de perfectos círculos blanquirrojos y sonrientes, una cara tras todas las ediciones de Buensalvaje, un liliput de lo más escondido y alucinógeno. Indefinido y aburridamente palíndromo, yo que acostumbro dar tantos saltos inesperados y mezclar cosas de diferente casillero, yo que te mito y te aforo, yo que te cielo, como Frida, yo que te traduzco y te jitanjaforizo, quiero decirte que contigo la galaxia y afines, los ochos volteados, las noches sin giro, las cartas quemadas y llanamente todos los diptongos. 

Titanes

Los titanes y sus espaldas arbóreas y cenizas,
sus pisadas y estelas kilimanjaras,
las furibundas manos con que cogen los eunucos
y los estrellan contra los cráneos aqueos o incas,
los suben a catapultas y los lanzan y los devoran
como afrenta, como el buffet sadomasoquista
que los dioses rosariamente disfrutan,
sus miembros de puños incompletos y derroídos
por los rezos de la plebe caníbal que grita en las
iglesias y suplica orgiásticamente
vino y pan, vino y pan y sexo, sodomía
sus brotes de plantas antedeluvianas y tóxicas
que arden y reverberan junto a las exhalaciones
del astro, del ser de seres,
del egocéntrico empedernido,
del burdo hiperbolismo humano.

sábado, 20 de julio de 2013

Facetas

O de cómo se atraviesan 
los círculos del infierno terrenalmente, 
inarcángelmente.

Me levanto. No suena mi despertador, se ha averiado; tampoco cantan los gallos ni se huele el café de las mañanas. Parece medianoche y sin embargo son las seis con treinta. Salgo por la ventana. Qué peculiar la tripofóbica imagen de las rosas húmedas, qué bella la neblina limeña, y qué misteriosa. Ya es muy tarde para la universidad, pero para qué si lo único que me espera es una seudoprofesora de genética mediocre y una tarde encerrado, impregnado de parafernalia antiséptica y un hedor hiperbólico a formol y muerto. Joder- pienso, y maldigo a mi padre por hacerme estudiar esta carrera de mierda, a Milene por dejarme lleno de mierda y a Dios por esta adolescencia de mierda- me siento un personaje de Poe otra vez. Esa sensación recurrente de ser un títere infeliz y macabro me ha venido atormentando (¿o acompañando?) desde el año pasado, junto con una necesidad exasperante de repetir la palabra Nevermore como si fuera un rezo, como un mantra, y el deseo de asesinar cada maldita cosa que se me cruce en el camino. Pero qué importa. Y escribir. Desde que empezó toda esta neronía escribo mucho, sustancialmente para mostrar mi superioridad: yo que soy Javier pero me llamo Egolatría.

Mis padres no están en casa. Mucho mejor, un problema menos con que lidiar. Me paso la mañana mirando las parsimoniosas nubes terrenales transitar por las calles miraflorinas, caminando en círculos alrededor de mi cuarto, cambiando las palabras de un par de poemas, leyendo por quinta vez Frankenstein. Dónde estará mi perro. Voy a buscarlo y no aparece. No está en la casa. Maldita sea, mis padres se molestarán. Sonrío, complacido con la imagen de ellos sufriendo. Le resto importancia a la desaparición de Pachas y la muerte de Víctor, de la cual aún nadie se ha enterado. Cierro el libro y me propongo terminar el cuento que había dejado pendiente desde el mes pasado, el del cura arequipeño que se enamora de una lesbiana. Releo la obra y me siento un aficionado, un inexperto, el típico joven rebelde que tiene justificación para todo, como diría mi padre. Siento asco. Asco. Odio. Nevermore. Quemo la hoja. Nevermore. Abro Frankenstein otra vez, cómo me fascina la pobre bestia, cómo me repugnan los demás humanos. Cómo me repugnan. Son seres llenos de prejuicios. ¿En qué momento se jodió el Perú? En el instante en que pisamos esta tierra, Varguitas. Lamentablemente soy un mortal. Cómo me gustaría ser Lovecraft o un cuervo. Tal vez después. Nevermore. Cojo un cuchillo. Nevermore. Lo acerco a mi garganta, pero soy un pusilánime, eso. No puedo, y tal vez nunca lo haga. Qué importa, tengo mucho tiempo por delante. Soy joven y lleno de deudas y libros. Aún puedo aguantar, creo. Después de todo, lo que importa es que nadie sabe lo de Víctor, aún no. 

Entonces retrocedo todos los pasos a mi habitación: los he contado, son treinta, exactos, alfombrados y grisáceos. Así desperdicio mi tiempo, en cronopiadas, como diría Franco. Miro el reloj otra vez, solo ha pasado una hora. ¿Qué hacer con estas (mas)turbaciones hecatómbicas? Prendo otro cigarrillo y tal vez todo se calma un poco. Golpeo fuerte, casi me atraganto. Cómo quisiera en este momento uno de los happy brownies de Mónica. Muy happies, por cierto. Nevermore. Otra vez. Mi perro salió del sótano vacío con un canario en el hocico, aún retorciéndose. Tal vez necesite un psicólogo o algo parecido. Mi padre se niega a aceptarlo, sigue pensando que es por la “edad”, y a veces yo también quisiera creerlo. Me doy miedo, me siento el marqués de Sade, ahora que lo estoy leyendo. Nunca terminaré nada. La voz se hace más gutural y cavernícola, y aprende nuevas palabras, crípticas todas, casi ininteligibles. El hedonismo nos fulminó. Me canso de este drama esquizofrénico y llamo a Franco, el único que logra limpiar mis superficies. No contesta. Ibuprofenos, dos, cinco, siete, trece, siempre deteniéndome unos cuantos segundos en los números primos. Miedo, alargado, así, mieeeedo. Y los ladrillos de mi cuarto se funden y se vuelven anormalmente grandes, otra vez. Miedo. Chirrían los dientes al igual que el espejo y la ventana y el camión estacionado frente a la acera. Acurrucado, me tapo con las sábanas y me abstraigo, cierro los ojos y escucho, esta vez un perverso monólogo. Tú que eres Javier, pero no te llamas así, hay tres formas de calificar a personas como tú: mediocres, miedocres y mierdocres, ¿cuál eres? Sal de mi cabeza, ser extradimensional de mierda. Qué embrollo, qué paranoia. Alguien me llama. Franco. Genial, se le corta el crédito a mitad de la oración. Supongo que estoy solo, como siempre. Ya no sorprende. Saco unas cartas sepia, con olor a libro medieval. Escribo, detalle a detalle, lo que pasó con Víctor. Se rompe la punta del lápiz en la última ele de la palabra costillas. Supongo que eso será señal de algo. ¿Tú pensando en supersticiones, Javier? Dejo de escribir. Y supongo no existe una razón por la cual yo haga todas estas cosas: son conexiones jitanjafóricas que se dan porque sí, porque Javier, porque joven, porque yo, y no tienen sentido para nadie: son o no son, son o no son; no son. No me queda más que seguir viviendo entre gerundios y dependes, entre las galimatías irrisorias del niño confuso que soy.


Agradecimientos hiperbólicos y parafraseativos a Mónica Yaji Barreto, fiera autora del blog Oiseau, accesible desde un armario, un portal y esta dirección web: http://www.oiseaumoi.blogspot.com/ 

Enumeración crónica

La noción de ser polvo ante las miradas viandantes
y tras los periódicos, la autoflagelación con los rechazos
de los amigos llenos de esta suerte de envidia infundamentada, 
de un par de palabras tajantes y aguillotinadas,
el suicidio sin remedio de los signos de exclamación, el descenso 
exasperante del significado de utopía, las ráfagas vintage 
y las púas plastificadas, corazones de polietileno con baja densidad, 
los vasos sucios que se quiebran solos, se quiebran, los catedráticos 
unánimes y aprofesionales, imbéciles al clavo y cubo, 
prefijos cuyo buen uso es irreconocible para mí, 
suburbios anhelados por escritores sangrientos y urbanita,
los besos en peligro, tu vientre como un charco de furia y desacomodo, 
los tirantes desfasados y atemporales que gustan de desorbitarse 
cuando mis manos, cuando mis manos intentan 
como aligatores memorizar tu cuerpo, aunque no lo permitas, 
aunque solo rías y me digas que todo esto está mal y yo te corrobore 
aunque fuertemente sospeche que está más que bien, que nada es malo, 
claro, si no hablamos católicamente, 
cigarros cuya última pitada es siempre catatónica, 
siempre caliente, atorada, horfenulios, 
Venus y Mercurio alineados con las pirámides de Giza, 
las caídas bonaerenses del atrapasueños, 
del antimemorismo, de las expectativas que tenía de todo esto, 
el remedio de tenderse en el pasto y obligarte aunque te mueras de ganas 
a que voltees sesenta grados y me mires y me impregnes,
con bufandas naranja y verde incluidas, 
e irnos al segundos piso, cargando la buhardillita 
y la ropa sucia por la espalda,
las guerras coronales, 
la misma canción, over and over again,
happie hippie birthsday,
con sibilante dentro,
¿está permitido desfogar al menos un poco de esta mierda 
y dejar en claro una estatua de mis dieciséis años?,
¿está permitido cometer faltas ortográficas contigo, 
decirte las palabras jitanjafóricas en que siempre pienso, 
soplar las velas tres meses antes, todos los días? 
La determinación difusa pero arraigada 
con lo que terminaremos siendo, quiero decírtelo
pero no sé si me aceptes, yo que tan menor de edad
y tú tan pequeño, yo que no leo un buen libro hace más de dos meses
y tú tan subido en un árbol,
no tengo hermanos y para lo único que sirven mis extremidades
es para pronunciar tu nombre,
y quiero una Olivetti. 

viernes, 19 de julio de 2013

Todo tan veloz y desliz

Tanta perorata y aquelarres de alquimistas misóginos,
tantos proemios para terminar diciéndonos lo mismo,
quiero crear neologismos, quiero que tu idioma
influya en mi lengua, que seas mi supralecto,
que busques la piedra filosofal
en el hexágono no convexo y lleno de lunares
que se excomulga a lo largo de tu cuello,
dibujando las rieles de un tren,
una rayuela llena de semen y procastinación,
quiero que me dibujes con crayones una sonrisa
exasperante, que me esculpas las clavículas
con plastelina, con láminas de saliva,
ideas inconexas y megáfonos disruptos.

Tantos exámenes suspensos y alterados, llenos de calumnias
y exabruptos y explosiones y volcanes de mora, de grafito,
de atarantamiento e inacabable recursividad chomskiana,
de ganzúas y cafés arrastrando las cornisas del esnobismo limeño,
Starbucks ardiendo y la sirena cogiéndose los pechos,
gimiendo, llorando, comiendo rosas y vinagre, por cien años.

Tantas fotos que capturan novatamente los saltillos ridículos
de un par de muchachas con piernas húmedas
y sus numerosos pretendientes, y sus pantalones
para piernas delgadas, ajustados retazos de denim importado,
qué poco salmones me resultan todos, qué cetáceos,
apuesto que se sorprenderían más con Disneylandia
que con este par de historias rocamadourianas que tengo
enfoldadas y altamente perfectibles, aquí, o las anacronías
sobreviviendo convergidísimas a través de los chalecos grises
y las zapatillas rotas.

Tantos días colibríes y sin verte, tantas tardes sin tocarte,
tantas interedentales atabirriadas y tríadas difusas
que nos infunden miedo con voz bizarra y mística,
tanta asimetría de labios y vocaciones, de orientaciones
y oblicuidades, tanto abocinamiento de cicatrices alcoholizadas,
heridas de guerra y supuración desmensurada de tequieros y
porsiempre y no sé si seremos los únicos, pero.

Tanta cháchara y aglomeraciones no específicas
de insectos rastreros, tanto popurrí de eslabones sin cadenas,
tantas cadenas sin negros y negros repletos de libros,
el pansexualismo a la orden de la tarde, la duda cartesiana
horneándose a más de trescientos grados franquígrados,
prometo llevarte al Teatro de Nantes si me lo dices,
no importa en qué idioma, no importa si en haikú o soneto,
si en remedos o nonsenses.


jueves, 18 de julio de 2013


I
Como si fuera posible no detenerse cada pocos segundos para psicoanalizar su rostro y sus lunares, sus onomatopeyas hormígeas.

II
Mis lentes se han inclinado, al igual que todas las demás cosas.

III
¿Quién fue el idiota que inventó el tiempo?

IV
Aun así tengo frío. Más entrelazamiento, por favor.

V
Lilí Ann se sentó muy cerca. La vi muy peliparda y chalina. Estuvo leyendo a Sartre y hasta mi asiento de madera pude escuchar la música de sus audífonos: si no me equivoco, era Yann Tiersen.

VI
Qué horrendo resaltador.

VII
Lo malo de besarte es la dependencia sobrehumítica.

VIII
Y pensar que yo nunca empezaba nada, hasta ese momento.

IX
Un par de cardenales en las piernas por intentar sacar el canarillo verdusco del eclipse de mi cuarto, del agujero negro de las rejas.

X
I am the walrus.

XI
Me memorizaré a la perfección la toponimia de tus lunares.

XII
Chicas con banderas inglesas en las agendas, botas camel hechas por millares para dar individualidad, blusas tersas y transparentes con tristes aves afásicas impresas con alguna tinta barata y cabello perfectamente liso sin sinapsis alguna.

XIII
Escribir tu nombre con crayones, Francovsky, Francovsky, e ir llenando así toda la hoja con asimetrías e intermitencias multifacéticas.

XIV
Cuánto voyerismo.

XV
Contigo todas las palabras compuestas.

XVI
Hoy me siento muy entreverado: minimalízame.

XVII
Me gusta ser zurdo.

XVIII
Eso es lo que eres, una anacronía.

XIX
No lo sé, mis utopías son completamente imperfectas.

XX
Como conclusión, terminar con las dos equis bien tipeadas y gallardas.

La mitomanía se acaba

Entonces tu madre te pregunta
hijo, qué has hecho hoy
y tú quieres decirle, letra por letra,
lo que hiciste con Francovsky y
sus ramecundillos buffandas
con doble efe y verde y rayas
más los cabellos alborotados,
quieres decirle que eres endógeno,
que eres meteorito cuando estás con él,
que el hiperbolismo no tiene antecesores
y viaja dejando estelas terroristas por el camino
cuando se trata de Moro y sus recitales,
con ambigüedad incluida;
quieres decírselo, y abandonar el raciocinio prejuicioso
y las guerras autodeclaradas en contra de, bueno,
en contra de una fracción de todos.

martes, 16 de julio de 2013

Pero ya crecerá

Y las implosiones de escafandra que se suceden una a la otra,
cada vez más fuertes y sordas, como un golpeteo continuo,
hiperventilación, gemidos leves, canciones repetidas, los ápices
entelazándose y luchando por quién conquista más territorio, Barbarroja
los ápices queriéndose, lastimándose, rompiendo los parámetros
y las leyes de la física y del lenguaje, junto a las notas
y las palabras que quedan tácitas, flotando, estigmatizadas,
las que nunca decimos por más que queremos, en la nueva isla,
arriba de todo, arriba de donde estábamos antes, como un trono
de madera, claro, como un trono, nuestra actual buhardillita.

¿Qué hice mal?

Esto es una dependencia sin precedentes,
remezones constantes y una cajetilla
con que quemarnos los dedos,
take me out tonight
where there's music and there's people
and they're young and alive,
-non stop-
así, seguimos con los segundos y terceros
al límite de las gunfias, qué me importan
estas personas y su moralidad desarraigada
sus piletas de petróleo barato,
sus ramas otoñales y terroríficas.
Rodeados de ceros y eslabones perdidos,
¿qué hice mal? Nada.

lunes, 15 de julio de 2013

Hoy por fin dejé de ser el último pasajero del día.

Verticalismo

Verticalismo sincrónico
como si un par de palabras pudieran cambiar
como si un par de mierdocres sílabas gregarias
fueran a destrozar los vientres y las tintas secas,
como si la política fuera la felicidad, Aristogato,
y no sé a qué viene esto, será que ya nada está
en orden y tú vienes a decirme esto hoy y descuadrar
mis polígonos que estaban ya tan poco difusos, tan poco.
Pero ya sé lo que diré: tú no eres mi morfema flexivo,
no eres la sílaba tónica, no eres, quién sabe, tal vez sí,
pero no hoy, hoy no eres para nada el morado atardecer
de las tildes y las gárgaras.

domingo, 14 de julio de 2013

To
burn
ourselves,
in
the
deepest
way.

Pirémonos

Pirémonos, con cerillas rojas y madera
o tal vez con encendedores llenos de etiquetas
de dioses griegos, y aún nos falta Apolo.

Pirémonos, rodando por las fogatas
cubiertos de hojas secas y tres litros
de petróleo y otras volatilidades.

Pirémonos, acostumbrándome a no soltar
tu mano al frente de Diana y Claudia
que a la vez son Claudia y Diana
y así, en una vorágine sustancial.

Pirémonos, besándonos frente a todos,
disfrutando del idilio neroniano,
siendo medievales, invencibles,
saltamontes hecatómbicos.

Pirémonos, con todos los capítulos
y todos los poemas vespertinos
memorizados, con todas las vibrantes
felinas y bilabiales.

Pirémonos, desabotonando las camisas
a cuadros y las zapatillas mojadas y sucias
que quieren tocar tu vientre, que quieren.

Pirémonos, ronroneando, en medio de una
combustión espontánea pero premeditada
a la vez, pirémonos dentro de un plan oscuro,
de una bomba, de un pájaro, pirémonos
dentro, con las franelas pintadas de crayola.


sábado, 13 de julio de 2013

I

Quedarte sentado hasta que terminan los créditos de las películas y comienzan a limpiar para la próxima función, entonces hallar un sitio muy cómodo en medio de dos sillas retráctiles, tan ovillo, tan compacto, tan .rar hasta que terminan la faena y prenden el proyector. Recién allí levantarse y disfrutar de otra historia, esta vez de Amelie y su metafísico soundtrack. Y quién sabe, tal vez después La naranja mecánica. 

Puedes decir

Y puedes decir que hoy no hay estrellas 
o que la juventud ya se quedó sin palabras 
que la efimeridad se ha quedado dormida 
en nuestros poemas sucios y rotos
y hacer gala de tu poliglotismo y los 
filósofos que has leído y lo intelectual que eres
podrás decir todo eso, que tenemos 
magia barata dentro, que solemos exagerar todo 
y que sé a sal y fiebre 
a abulia y estos libros anillados
mientras tú a antiquísimo y celebérrimo 
a barroco y De Vega 
podrás decir todo, todo, todo 
con oro en los nudillos
pero ya no somos ni burbujas
ni interfijos de nadie,
ese es el problema. 

Si tan solo si no

Hoy con las paredes azules, mañana la estación bajo filtros y poliedros,
tal vez sean los grises, la prepotencia vespertina, no quiero que vayas, no,
qué gladiador, qué mortalidad, no sé qué decirte porque solo pienso
en qué ocurriría si vienes, si ves esto que escribo con tus hojaldres amarillos
y tus camaleones de viento, qué harías si te digo que eres un hiperónimo
mientras tú me recitas el capítulo sesenta y ocho con perfecta voz setentera,
tan lleno de desperfectos y losientos y adjetivizaciones tan embrolladas
que la única solución aparente es recostarte sobre un tronco, saltear las camisas
y ordenar nuestros tiempos, intercambiar gerundios, besarnos un poco.

Quememos la pieza

Quememos la pieza, las putefractas cortinas:
los marcos de las ventanas están cuarteándose,
disfrutan de la orquesta medieval que arman,
de los caballos que despiertan. Quememos la pieza,
las sombras del supuesto fluorescente blanquecino,
el sofá-cama-refugio que llora polvo cada vez que
intento jitanjaforizarme bajo los cojines,
quememos la pieza, les digo, quemémosla ahora,
ahora, junto a las charolas de cubistas rubias,
quemémosla.
 Y entonces apareces. 

De sanmarquinos y misóginos

La fiebre de que nos vean
los cuarenta grados de qué pasará
con nosotros, qué haremos
con todo esto, cómo es que
acabará, si con fuegos artificiales
o saxofones desolados
en la acera neoyorquina
desprovista de hipopótamos y cangrejos,
de sanmarquinos y misóginos.

Dime, cómo

Cómo poder escribir, dime, cómo,
si solo dispongo de veintiocho letras
y muchos pero irrecursivos fonos
para describir la cuerda floja de tus labios,
las vorágines, las hecatombes,
la facilidad con que haces que todo esto,
tan embrollado, circunlatente,
fluya tan sibilante y fricativamente
que a veces sorprende
la cantidad de tequieros y dependes,
las notas y cuadernillos virtuales
anexados a tus mejillas abotonadas
y poco dolorosas, al lado de esta
caja de cigarros y estos tres elefantes.

domingo, 7 de julio de 2013

Son ellos

Son los saxofones que provocan cálidos escalofríos en los trasatlánticos
los que me advierten, los que tallan con fuego en la nube, los que me
inscriben en sus clubes y no me preguntan si estoy de acuerdo
con el descontruccionismo y los géiseres de dos piernas
muy pequeñas y cabello muy delgado, los que me desean y sustraen
las pausas afiebradas o las náuseas en el vagoncillo, son los que me
susurran: "Diem Carpé, Aaron, con culebrillas estereofónicas".

viernes, 5 de julio de 2013

¿Entonces qué se supone que debo hacer contigo?

¿Debo decirte cien veces que eres la Arcadia Colonial
o el petirrojo que se mantiene estático y obsceno y nos mira
y nos canta para luego irse a fumar alguna sustancia extraña,
opobálsamo tal vez?

¿Debo morderte hasta la sangre hasta las quemaduras de cigarrillos
y trueno y hojas y lo que quiero que quisieras?

¿Debo dejar de ponerte comas y tildes y dejarte ser libre sin correa
talla cuatro talla ese pelo largo debo destrozar la puntuación?

Bueno, esas cosas aún no están claras.

Mientras siempre

Contigo el néctar y la desesperación aferrada
las ansias de girar el tiempo treinta grados
de deternerlo de calentarnos de entrelazarnos
mientras siempre y las notas y los verbos
y la adjetivización crónica ahora todo debe
tener título y estar justificado pero qué nos importa
que nos vean qué nos importa quedarnos hasta las
once doce trece de la noche mientras fantaseamos
con ocres buhardillitas afelpadas y roídas con crisantemos
superpuestos en la hoja húmeda y caracólea en los gatos
que tendré y tendrás y los gatos que ellos tendrán
y Barcelona y cronopio y saltamóntico embrollado.

Espacio

Y entonces la minihectárea
me siento como en una rueda de prensa
la pirotecnia bisílaba, Francovsky, Francosvky
déjame que te labios los muerda
y te quejes y gruñas
y temblemos, y muramos de hipotermia,
y cabalguemos el frío y los cafés
que esto no es democracia, aquí no tiene
el poder nadie, solo las hojas diurnas
y las horas volando
te jitanjaforizo porque te has convertido
en mi morfema flexivo.

Pero hoy

I
Parecen florecillas bajo esas pestañas tornasoladas.

II
Escucho jazz y quisiera bailarlo contigo.

III
Qué nos importa, qué nos importa.

IV
Franco el cabalgador de hipotermias.

V
Loving you, dear, like I do.

VI
Se empañaron los lentes por que miro tus pequeños ojos amarillos.

VII
El autocorrector escribió "mito" en vez de "miro". Supongo que también te mito.

VIII
Y así te convertiste en mi sufijo bisílabo.

IX
Me voy, me iré.

X
Acalámbrame, que se me adormezcan hasta las clavículas.

XI
To the outside, the dead lives.

XII
Recuerdo el hipérbaton inglés que convive entre tus notas.

XIII
Naranja, cuello naranja y polo blanco.

XIV
¿Quién se acaba de sentar a mi lado? Por un segundo creí que fuiste tú.

XV
Los faroles ya ni se molestan en platicar conmigo.

XVI 
Before they died, they had dreams to hang their hope.

XVII 
Pero cómo me gusta lo que escribes.

XVIII
Ah, mierda, viviré entre dependes y deberíamos.

XIX
Eres antisemántico.

XX
Solo yo podré secar tus lágrimas.

XXI
Hablando de lágrimas, las tuyas son elixir.

XXII
Pero hoy. Pero el lunes. Pero no te vayas.

XXIII
Every ocassion, closer and closer.

XXIV
Me recostaré muy siamesmente. 

XXV
La democrazy, una fiesta de locos con batas blancas.

XXVI
Dime "jitanjafórico", por favor, así te labios los muerdo.

XXVII
Contigo es anacronía.

XXVIII
No dejes que me ralentice.

XXIX
Besarte acaso sea morir, pero no importa, labio, besá.

XXX
Sexoso dos punto cero.

XXXI
Si me hubieras cogido de la mano en medio de las multitudes vespertinas, no me hubiera importado.

XXXII
Prende un cigarro y deja que me queme los dedos de las manos.

XXXIII
Desparametrizados.

XXXIV
Tiemblo mucho.

XXXV
En serio quiero decirte todo esto en francés.

miércoles, 3 de julio de 2013

Un poco de hoy

I
Franco, puntos suspensivos que engloban muchas realidades.

II
"Solo una cultura cristiana podía haber producido a Voltaire o Nietzche."

III
Qué acalambrado me siento cuando te vas, qué grisáceo.

IV
Solo dejo que vean las cosas menos privadas, las menos fuertes, las que no involucran la treintena de gramos que según mi madre tengo aquí, justo aquí, en la nuca, donde gustas posar tu mano.

V
No estoy haciendo mucho en clases, solo les creo dobleces a las páginas desordenadamente escritas para después romperlas poco a poco en pedazos inconclusos que a cada tic tac se sundividen y desprenden cada vez un milímetro más, y al final caen lentamente al vado en el que pienso, a las locetas frías de ayer, a las hojas sepia que entraron sigilosamente en mi mochila. 

VI
Un beso politeísta.

VII 
Déjame que sea tu morfema flexivo.

VIII 
Simbiosis archirutilante.

IX 
Archifonemas difusos que caminan por las sombras de los besos escurridizos y las miradas periféricas, un poco temerosas. Pero me acostumbraré.

Ojalá mañana tomen la facultad y de paso el Perú entero, o el mundo. Mientras no toquen nuestra minihectárea de pasto, me da igual.

XI
Ramecundos fulifantes asustadizos y complejos que gustan de oler todas las cosas, para ver si encuentran la alquimia del olor a Francovsky.

XII
Aparentemente, nunca dejáremos de ser palíndromos. Por más que nos guste la asimetría inconexa.

XIII
"Mientras seas mi antibiótico y mi calentador, está bien" - dijo.

IXV
Eres un estribillo rocambolesco, eso es lo que eres.

XV
Tu barbilla y tu aspereza.

XVI
Cuánto asqueroso fetichismo. 

XVII
Sexoso.

XVIII
Vámonos a perder tiempo y libros, que mis dieciséis años no esperan: they want to see people and they want to see life.

XIX
Embrollos fonéticos.

XX
And for the day I die, I'mma touch the sky.

XXI
No te reinvindiques.

XXII 
Siempre quiero.

XXIII
Bueno, con lo primero que dijiste me sentí muy mal; después, sempiterno.

XXIV
¿Entonces quién es Pascal y quién Julián?

XXV
Contracultura, cómo me gusta esa palabra. Prefijísima y compuesta.

XXVI
Este es un buen momento para enredarnos con las hojas y mentirles a nuestros padres.

XXVII
Desconsolidación fránquica. 

XXVIII
Me jalas tu bufanda. Noventa grados, y aun más.

XXIX
AFI: Alfabeto Fránquico Internacional.

XXX
Asomar la cabeza, para ver qué pasa afuera, aunque haya tormenta. Y una suite de Bach.