Poca iluminación, luces clandestinas,
poemas afilados, genial -pensó-. Ahora,
jazz. Sus zapatillas llenas de lodo se movían con un ritmo refinado,
como de hace cinco décadas, mientras ella daba vueltas como una fiera
arcangélica, se fundía con los saxofones y pensaba en cómo se saldría de esta,
pues había entrado, forcejeando la puerta, a su discoteca lésbica
preferida, Audrey's Utopia. Se
pasó los dedos por el cabello y escondió un mechón pardo tras sus pequeñas
orejas; ya habría tiempo para las soluciones. Mientras
tanto, Carpe Diem -suspiró.
Sacó una caja de cigarrillos con sus manos de gacela y se puso a fumar dando
vueltas. Así pasaron las horas hasta que, a las dos con treinta de la
madrugada, se apagó repentinamente la música.
-¡Ay!- gritó, con voz de jovencilla aristocrática.
-Oh, Tea, eres una anacronía.- dijo un hombre, echando humo por la boca.
-Tom, casi haces que escupa el alma ¿Por qué cortaste tan cruelmente a Marlena Shaw?
-Contigo solo bailo The Smiths, y lo sabes.-dijo, mientras se acercaba a ella y la tomaba de la cintura.
Tea subió la mano izquierda hacia su cuello, como si
fuera a hacerse una cola, y comenzó a moverse con la mirada hundida en el
suelo, al compás de la música. Se mordió los labios, arqueó una ceja, tocó sus
pechos y se dejó llevar por la mano de Tom, quien repetía el estribillo como si
se tratara de una severa logoclonia. Se apagaron las luces, se prendieron
otras.
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