Charlie, un hombre viejo, desaliñado, está en un sillón con
aspecto, más que triste, decepcionado; con las manos en la cabeza y una expresión
vacía. Entonces recuerda a Flor y cómo la perdió.
Eran un grupo de jóvenes hippies
en el auge de la psicodelia, las drogas y las resistencias sesenteras. Estaban
todos sentados en una banca otoñal, rodeados de dibujos hechos de tiza, cometas
y humo denso exhalado con fuerza. Se les iban uniendo otros conforme pasaban
las horas: primero una pareja, luego los amigos de esa pareja y sus primos y
sus tíos (todos más hippies y más pacifistas que el anterior), hasta que llegó
a formarse una verdadera congregación de amenazas,
como estaba de moda llamarlos. Entonces, una muchacha morocha, rulosa y con
un aire fiero propone hacer un concierto allí mismo, por qué no, en vista que
los oficiales ya se estaban arremolinando en torno a ellos para desalojarlos. Una
más tranquilizada, pero igual de dispuesta la secunda, y así se decide cantar a
Janis Joplin en medio del parque rodeado de oficiales y señoras hablando de lo
mal en que habían caído los jóvenes en estos días, que sus hijos no eran así. Un
joven Charlie, junto a una mujer psicodélica, que después todos sabrían que se
llamaba Flor, fueron los primeros en alzar las guitarras y empezar con el bye bye, baby, bye bye bye, siendo
seguidos por decenas de voces. Se armó un concierto de los grandes. Más jóvenes
llegaban y cantaban y fumaban y se enredaban hasta quedar desnudos y con la
libido por los aires. En un punto dado, y nadie supo cómo ni a qué hora,
oficiales con escudos, cascos y lo que parecía ser bombas con algún gas,
empezaron a patear muchachos y muchachas, gritándoles que desaparecieran de ahí
e hicieran algo por sus vidas, empezando así un enfrentamiento donde se
mezclaban el humo de los alucinógenos y el de las bombas. Oficiales y hippies estuvieron
en una revuelta por más de media hora, así que los disparos al aire llegaron.
Con el primer sonido llegó el primer grito, y los muchachos, horrorizados, voltearon
a ver cómo la muchacha tan bella y musical que empezó con el concierto yacía en
el grass con un hilo de sangre resbalando por su mejilla izquierda. Charlie, como era de
esperarse, corrió hacia donde su verde amante, y, al verla ya muerta, perdió
todo su pacifismo y empezó a golpear a diesta y siniestra, abriéndose paso
entre los oficiales, descargando su ira, hasta que los policías lo golpearon en
la cabeza con uno de sus escudos gigantes y se desmayó. Tras muchas maldiciones
y heridas, se logró disipar a los congregados y llevar el cuerpo de Flor a un
hospital, donde se confirmó su muerte.
Cuando Charlie despertó, tardó unos minutos en procesar todo
lo que había pasado la tarde anterior, y, cuando lo recordó, intentó escapar de
aquel cuarto blanco lleno de agujas y vendas para ver a Flor, a su eterna Flor,
a su muerta Flor. En vano fueron los intentos de tranquilizarlo, así que
tuvieron que inyectarle serias dosis de calmante.
Charlie ahora vuelve a ser el viejo sentado en un sillón, pero esta vez con una lágrima bajando por su mejilla, como la sangre bajando del rostro
de su amada, entonces se recuesta, se duerme, y nadie sabe si vuelve a
despertar.