Casi todas las mañanas despierto
sintiéndome uno de esos círculos asustantivados en los que se practica tiro al
blanco. Mi padre, Robin Hood, con la diferencia de que él no da nada a los
pobres porque no son «familia»; mi madre, cuervo blanco novato pero certero,
llena de buenas incomprensivas intenciones, con sus palabras eólicas como
lágrima de fénix; mi hermana, bueno, ya dejé de evocarla; mi perro, un lobezno
injuriado que prometió atravesarme no con flechas sino con mandíbulas y
estruendosos ladridos; y todas las demás personas, turba medieval intentando
arreglar sus deudas conmigo, hierba mala creciendo en la torre.
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