martes, 27 de agosto de 2013

Belicidad

Y yo sé que a veces recuerdas cómo las tintas
se incrustaban muy al fondo de tu paladar,
cómo tus mejores amigos se iban fundiendo
con la mierda en tus zapatos de charol;
cómo el amor, cómo la risa, cómo
todos los puentes infantiles que creíste construir
iban desdoblándose tras un par de blasfemias
frente las leyes de la física y de Dios,
estas últimas muy violentas y andropáusicas,
si has de saber.

Que también sigues asombrándote
cuando la esofagia se fuma a sí misma
y se calcina en medio de botes de basura,
allí, junto a los recuerdos warholianos
y las incongruencias con que has crecido,
que los flashback con cientos de trasposiciones
terminan por marearte hasta el vómito en negativo,
concierto de nereidas en fuga,
rebelión sexual de monjas,
¿recuerdas toda esa prepubertad sangrienta?,
¿recuerdas las tardes hedonistas y los pisos fríos
en que lo hacías a diario con tu niño en turno, querido?,
¿recuerdas las lágrimas en medio de las tres últimas
lánguidas hecatombres masturbatorias del atardecer?

Pero no llores, que yo sé presionar
exactamente en el lugar que las bandas te tapan
donde las enfermeras te protegen
y tu madre te llena de besos con pudor
porque no sabe si comprar ya el féretro,
que están hoy en oferta y debe ahorrar
para el regalo de la hermana que nunca tuviste,
lívido y pobre enfermo sin comisuras.

Recuerda también todos aquellos motivos de arte
lleno de persianas pintadas con miembros,
de colisiones ortodoxas en medio del cubículo
con ventanas polarizadas colmadas de reveses,
recuerda todo eso, recuerda cómo las duchas
y las sombras de las manos y las sucias dríades
tocándose las tetas y gimiendo mientras frenéticamente
dictaminan tus próximos tres años
sin ninguna puta idea del lirismo y magia propias:
«eres la última rama de la noche, el último falo del suicidio»,
y entonces todo revienta y ya no quiero hacerlo.

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