Quememos la pieza, las putefractas cortinas:
los marcos de las ventanas están cuarteándose,
disfrutan de la orquesta medieval que arman,
de los caballos que despiertan. Quememos la pieza,
las sombras del supuesto fluorescente blanquecino,
el sofá-cama-refugio que llora polvo cada vez que
intento jitanjaforizarme bajo los cojines,
quememos la pieza, les digo, quemémosla ahora,
ahora, junto a las charolas de cubistas rubias,
quemémosla.
Y entonces apareces.
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