Pero no tardarán los dedos tristes en presionar mal los botones y producir inintencionalmente un nuevo lenguaje rico en aforismos y antimetalepsismo que dificultará mucho el tráfico verborreico presente en el decadente y económico siglo XXI; no tardarán los ojos en perderle el hilo a las cosas y abandonarse a solo la acción de masturbar versos en un afán de complacer la epidermia, de no alterar los flujos cronológicos con que se ha ido alimentado nuestra vida de cronopios abibliotecados, y un par de docenas de días sin Ginsberg o Kafka; las orejas irán transgrediendo las gravedades terrestres y los asteroides peligrosamente orbitantes, tergiversando cada adjetivo que le adjudicas a nuestras jornadas de dualidad y marmota, besando audífonos y los gemidos tácitos con que Zach Condon y Al Bowlly activan los carruseles retro; nuestras lenguas se enredarán en un idilio cósmico y un abismo arcaico. Y al final de todo nuestra anatomía se reiniciará y solo quedará de nosotros, pobres endémicos deshumanizados, el humo que aún destila nuestros cráneos.
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