Cuando los dos nos arremolinamos al borde del castillo
o miramos por encima de los vidrios, cortándonos las barbillas,
cuando somos uno sin percibirlo, cuando, en medio de simbiosis
llenas de humo y automedicaciones, abrimos los cofres de madera
y solo encontramos besos y lazos que nos dividimos y apeltronamos;
tú que tiemblas arcaicamente por el frío y la lluvia y los deseos
de no movernos de aquí, de ser boas constrictoras, de sobrevivir
en medio de estos huracanes, de esta gotería gélida y medieval,
tú que me has escrito tantas cosas mientras yo, adormilado,
las guardaba en un odre electrónico.
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