Yo que padezco de
Síndrome de Stendhal cada vez que fijas y atornillas tu par de péndulos
amarillos en mis crisantemos húmedos y ruborizados, afelpados y rojos de tanto
destilar tequieros; yo que memorizo letras de canciones y extractos de poemas y
muero de ganas de recitártelos anglosajonamente, pero; yo que gusto de ver tus
piernillas apoyadas en esos árboles que tanto han presenciado, de olerte y
cobijarte en lo más hondo de mi inframundo pleyádico, yo que he pasado los
últimos dieciséis años y once meses (quiero llegar a los diecisiete, como
Batania) buscando un ocupante para mi buhardillita unidireccionalmente
compartible, un pequeño beatnik autodesconocido con cierta pretensión a las
oblicuidades y las aceleraciones, un punto negro y esbozado con grafito en
medio de perfectos círculos blanquirrojos y sonrientes, una cara tras todas las
ediciones de Buensalvaje, un liliput de lo más escondido y alucinógeno.
Indefinido y aburridamente palíndromo, yo que acostumbro dar tantos saltos
inesperados y mezclar cosas de diferente casillero, yo que te mito y te aforo,
yo que te cielo, como Frida, yo que te traduzco y te jitanjaforizo, quiero
decirte que contigo la galaxia y afines, los ochos volteados, las noches sin
giro, las cartas quemadas y llanamente todos los diptongos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario