lunes, 16 de septiembre de 2013

Soflama

Me encandilo con los etcéteras madrileños hasta que las metáforas se hacen literales y empiezo a chamuscar mi silla negra mientras leo cómo es que Tarrou sopla, el taxidermista arroja sus laterales y la filóloga muda de piel. Al cabo de un par de minutos, en realidad sin caer en cuenta, mi casa se encuentra en llamas y yo no hago más que plácidamente incinerarme mientras pienso en qué curioso resulta morir una noche de febrilidad y largos y espásmicos viajes. De más está decir que lo único que quedó sin cenizas fueron mis ojos y que los bomberos nunca llegaron.

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