miércoles, 18 de septiembre de 2013

Dieciocho de setiembre, milenario pueblo de Vaj

Monikoff, Francovsky y yo, con sufijo aún no definido, compramos hoy exactamente veinticinco cigarrillos- todos sueltos, como sus cabellos ralos-, nos sentamos en la banca del medio de la redondela a fin de tener una mejor vista de los gladiadores felinos, caninos y humanos que desesperados se espulgan las oblicuidades, comenzamos a reírnos del mundo, sacamos prometerianamente nuestros encendedores y nos contagiamos. Al principio pensé en abstraerme, a ver si la lluvia y la compañía me daban la trama del cuento que pienso escribir, pero al ver las multicoloridas rayas horizontales de Franco en derredor mío, desistí del estatuismo y empecé a acoplarme al treguacatalatreguacatalaespera misántropo en que se estaba convirtiendo esta tarde de no arcoiris. Pasamos todo el tiempo buscándoles deliberadamente antropomorfos equivalentes a los ficus, eucaliptos y mala hierbas que terminaban fumándose nuestros delirios y abrazando la eufemia y la tergiversación lírica de los merengues de antaño que siguen pataleando en mis memorias infantiles; y cuando nos fuimos, juro que atisbé por entre las nubes saturadas el guiño de algún olímpico que gusta ver tres antitéticos cronopios arruinar tan felizmente sus vidas. 

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