Monikoff, Francovsky y yo, enésimamente pisando los horarios y apropiándonos de las bancas en Letras, expulsamos el humo del cigarrillo de forma tal que traza una etérea trayectoria desde nuestros labios hasta nuestro cabello y a veces se esparce por allí en forma de una pelota densa a escala del mundo.
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