Incineración y paseos eufóricos por el parque en una misma escena, velos parisinos transitándole la tersa epidermia, reafirmación, sublime estremecimiento con el tiroteo musical del que Zach Condon es cabecilla, la negra nota de la marginada partitura, hip- sing for last call, sing for last fall, such was it all- nosis, y la concha de caracol modificada siempre allí. Sin embargo, tras el ascenso antediluviano de todos estos trafalgares, me topo con gotas de sonrisas que opacan el egoísta y fúnebre protagonismo de la medianoche y al mismo tiempo van apagando apuradamente los avernos de la casa. En los últimos treinta segundos, el acostumbrado desfile saxofónico con que se abre todos los días las olimpiadas de mis sueños sigue como un arcoiris tras la bruma del contraste y el alivio.
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