domingo, 8 de septiembre de 2013

Algo que faltó

Porque morir no cumple con mis expectativas.

Porque las cartas de presentación de todos los dioses están escritas en un latín superculto que nosotros no podemos entender, así que no nos queda más que contemplarlas como se contempla a Goya, guardarlas celosamente y nunca volver a acordarnos de ellas.

Porque mis dedos se turnan para enfriarse: el pulgar suele retorcerse hipotérmicamente mientras el anular se caldea con los lentes puestos.

Porque mi abuela dijo que es una mala persona y yo no le creo.

Porque todos dicen que el papa es una buena persona y yo no les creo.

Porque nunca supe cómo es que nacen los caracoles, y no quiero saberlo. Me basta con mirarlos y prenderles fuego.

Porque si alguien le presta suma atención a las líneas de tus manos, podría descubrir un mapa que describe con detalle los recodos de algún pueblo septentrional lleno de anacronías.

Porque suelo (re)huir de mi profesor de Fonética, quien suele destruir estatuas por doquier.

Porque TENGO que mentirle a mi familia por su propio bien. Y no siento culpa alguna. Mentira tras mentira y es como si me tomara serenamente un vaso de agua mientras le doy la primera calada a un cigarrillo.

Porque quiero ir a algún bar con micrófono libre, enfundarme el rostro con la máscara de un gato y recitar el poema más sucio de Sarco Lange, ese donde objeta en una boda.

Porque no creo en el matrimonio.

Porque no sé si creo en el amor.

Porque la suerte es una rubia déspota que solo se acuesta con señores enternados.

Porque siento que mi ojo está harto de estas cosas, por eso suele nublarse.

Porque no se me ocurre un buen argumento para escribir un cuento.

Porque mi rojo walkie-talkie se mantiene incólume, como si estuviera esperando tu ruido blanco.

Porque la palabra «incólume» siempre me supo a estatua y estatismo.

Porque quiero ver todo con la mira de un rifle.

Porque sigo prefiriendo las zapatillas más rotas que tengo.

Porque quiero. Eso.

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