jueves, 7 de marzo de 2013


Lima, son las tres de la tarde,
tu cielo está percudido 
como dos peces chapoteando en una laguna automedicada
o dos semidioses disputándose el último concierto;
tu calor está inmedible, voluble, reptil 
como un ojo mirándote desde una lupa
o las contraseñas desnudas de tus habitantes que piensan que la única manera
de pelear con sus monstruos es enseñándoles cien crucifijos;
tus casonas, patrimonios archieuropeos que le dan sombra a los mendigos
se están desmoronando, tus huacas se están convirtiendo en retazos peruanos 
con grúas y cemento y sueldo mínimo y pisos altos y más cemento,
mientras tu esencia se esparce en nosotros, se funde en las nubes sin color,
en los carteles chicha, en los graffiteros más poetas que Neruda pero sin sus libros
ni su tiempo ni su realidad romántica de oro,
porque ellos son de cenizas y escriben cenizas, 
son los apartados y escriben fuera de la hoja, con lapiceros verdes de treinta céntimos
y aerosoles que contaminan el ambiente pero 
qué se hace cuando no nos escuchan.

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