domingo, 17 de marzo de 2013

Imagina versos como moneda mundial. Versos. Dar un "las cuerdas raspan tus cisnes de chocolate" a cambio de una torta, dar un "cristalino jarabe de Dios por las nubes" a cambio de un café, recibir un "ya no tengo quién me regale crisantemos en Neptuno" a cambio de una noche en el burdel. Y no solo limitarnos a economía. Hacer que los versos vayan acomodándose hasta ser parte de la cotidianidad  (que ya no sería hostigante a este punto, pues llenándonos de versos hasta Samsa viviría feliz como insecto) y convertirlos en pan de cada mañana. Empezar el lunes, por ejemplo, preguntando "¿Qué tal la fiesta, José?", y que te respondan "Más caleidoscópica que Atenea bailando catala". Felicidad en dosis diarias de sílabas, ¿no?

Y hacer de la tierra un bosque de versos con todas las combinaciones posibles de palabras, lo cual se cumpliría en unas treinta mil generaciones, por lo menos, y entonces seguir componiéndolos con jigantáforas que todos entenderían, pues el verso es un idioma universal. Convertir la Biblia en un libro con los mejores versos creados, qué importan el autor y su nacionalidad y su opción sexual y su orientación política: aquí todos somos vates. Hacer competencias de versos cuyos premios sean versos. Llamarnos como poemarios: "Trilce, ven aquí", "Rima XXV, no olvides fregar los platos". Pelearse con besos, ah, qué delicia.

Y, siguiendo esa línea (jalándole un poco los pelos a Darwin), tal vez, en un milenio, quién sabe, quizá dos, llegar a tal punto evolutivo en que nos sea posible reemplazar la comida por versos, la necesidad de sueño por versos, el amor por versos, los deportes por versos. Hasta extinguirnos, llenas ya las tres cuartas partes de la Tierra por poemarios, debido a la explosión de un verso atómico creado presumiblemente por un país capitalista.

1 comentario: