viernes, 25 de octubre de 2013

B

Beso: Mi abuela viene de un pueblo llamado San Miguel; y nadie sabe exactamente dónde queda, ni ella misma. Es que hay muchos lugares con el mismo nombre. Pero existe en Áncash una homónima y pobre comunidad que ahora poco se parece a la Atlantis peruana que describe Eliana siempre: un arco gigante, gigantísimo, riachuelos que contenían el agua que bebían todos a diario sin enfermarse, una gruta llena de estalactitas, arquitectura española en las casas de más de tres pisos en la falda sempervirente de los montes, mitos que serán para otra letra. Según ella, el terremoto de 1967 destruyó todo, incluyendo a su familia. Una tarde, se encontraba Eliana, de ocho años, junto a Coti, su hermana mayor, regresando de recoger moras de algún valle cercano a su casa, cuando la tierra comenzó a remecerse de una forma «brutal, brutalísima», como dijeron después. Ambas corrieron hacia su casa -pequeña especie de hacienda hecha básicamente de cemento- y llegaron justo a tiempo para ver cómo el balcón repleto de floreros caía sobre la cabeza de su madre y la ocultaba bajo un hatajo de cactus, escombros y varios crisantemos que cayeron parados, como si la muerta fuera su nuevo hogar. Y el terremoto seguía. Coti intentó revolver el desmonte en que se había convertido su madre y Eliana solo atinó a esconderse tras un petate mientras temblaba junto a San Miguel y el mundo. 

No hay comentarios:

Publicar un comentario