viernes, 8 de noviembre de 2013

Reminiscencia

Ah, Franco, si supieras de lo que te hablo, si lo hicieras. Caminábamos por primera vez en esa plazuela del Centro, ¿recuerdas? Sintiendo que las aves se mofaban de nosotros mientras extáticas  tragaban todas esas migajas. Estabas tan feliz y pequeño y yo no podía dejar de tomarte por la cintura, no importaban ni la señora de al lado ni el titiretero y no me abraces aquí, amor, al frente está la Catedral, con esas sonrisas de grafito que solo tú me sabes esbozar, cual óleo. Tarareabas una canción de jazz, también. Al Bowly, Franco, si solo. ¿Y Morrisey gruñendo?, ¿Beirut?, ¿Nantes?, ¿Drexler?, ¿Mogadiscio?, ¿nada, querido? ¿No me conoces ya? Yo que fui tu abrazo en la intemperie, la luz del sol donde el sol la toma, como decías. ¿Cortázar? ¿Moro? ¿Capote? Entonces cogías mi mano y la llevabas a tus labios, me ofrecías un cigarrillo casi consumido por completo; le daba una pitada y exhalaba dentro de tu boca. Estaba oscureciendo ya, y las buganvilias estaban más podridas que nunca. No sabíamos a dónde ir: Lima no nos llegaba a los talones. Comenzamos una de nuestras ya acostumbradas charlas sobre lo que haríamos cuando cumpla dieciocho y tú veintidós, París, buhardillitas, gatos, poemas, parapentes, eso. Y dijiste que me amabas. Te besé, me besaste, nos susurramos La vie en rose. Fue en ese momento cuando comenzaste con las arcadas. Al principio no me sorprendí, porque te solía faltar el aire, especialmente en las últimas semanas, eso sí lo debes recordar; acaricié tu espalda y le di unos pequeños golpeteos, esperando a que se pase, como acostumbrado. Pero, amor, tu tos empezaba a preocuparme. Calculaba la distancia entre nuestra banca y el hospital más cercano cuando te desmayaste. Escalofríos recorrieron todo mi cuerpo. Te veía sobre las baldosas con la cabeza hacia el norte, como una brújula. Tomé tu cuello y un par de señores tomaron tu cuello, corrí tras de ti y muchos niños corrieron tras de ti, no me escuchaba gritar y solo veía flashes y oohs y ahhs e hija mía por eso no se casan entre hombres. Y hete aquí ahora, frunciéndole el ceño a Claudia y Diana, a Susan, a Giuliana, a Monikoff. A mí. Como si nunca nos hubieses visto, amor. Como si ninguna jitanjáfora ni caracol, Franco. Como si nadie.

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