martes, 17 de diciembre de 2013

Polillas

Llevo todas las bombillas apagadas en este cuarto, de modo que la pantalla del ordenador es la única concentración de luz; leo una novela corta de Bataille; se escucha como fondo una canción de Sabina; y aparece pequeña sobre la segunda ele del erótico francés. La veo e intento escucharla. Frustrado, junto las puntas de los dedos índice y pulgar y la golpeo con una uña. Se va. Deja transcurrir un par más de líneas para posarse sobre el rincón más blanco del monitor.  Conjugándose con el instinto católico que poseen estos bichos, procede a restregarse, frenética, fuera de sí, en la pantalla. Así, presa de la curiosidad más absurda, pego mi nariz hasta casi tocarle la pata que hace unos minutos rompí, y no se inmuta. No se inmuta y yo, guardando la respiración, la escucho. 'Amén', dice. Entonces mi dedo la presiona contra la blanquísima y dura superficie que tantos tormentos le dio.

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