jueves, 24 de enero de 2013

Eternas flores

Charlie, un hombre viejo, desaliñado, está en un sillón con aspecto, más que triste, decepcionado; con las manos en la cabeza y una expresión vacía. Entonces recuerda a Flor y cómo la perdió.

Eran un grupo de jóvenes hippies en el auge de la psicodelia, las drogas y las resistencias sesenteras. Estaban todos sentados en una banca otoñal, rodeados de dibujos hechos de tiza, cometas y humo denso exhalado con fuerza. Se les iban uniendo otros conforme pasaban las horas: primero una pareja, luego los amigos de esa pareja y sus primos y sus tíos (todos más hippies y más pacifistas que el anterior), hasta que llegó a formarse una verdadera congregación de amenazas, como estaba de moda llamarlos. Entonces, una muchacha morocha, rulosa y con un aire fiero propone hacer un concierto allí mismo, por qué no, en vista que los oficiales ya se estaban arremolinando en torno a ellos para desalojarlos. Una más tranquilizada, pero igual de dispuesta la secunda, y así se decide cantar a Janis Joplin en medio del parque rodeado de oficiales y señoras hablando de lo mal en que habían caído los jóvenes en estos días, que sus hijos no eran así. Un joven Charlie, junto a una mujer psicodélica, que después todos sabrían que se llamaba Flor, fueron los primeros en alzar las guitarras y empezar con el bye bye, baby, bye bye bye, siendo seguidos por decenas de voces. Se armó un concierto de los grandes. Más jóvenes llegaban y cantaban y fumaban y se enredaban hasta quedar desnudos y con la libido por los aires. En un punto dado, y nadie supo cómo ni a qué hora, oficiales con escudos, cascos y lo que parecía ser bombas con algún gas, empezaron a patear muchachos y muchachas, gritándoles que desaparecieran de ahí e hicieran algo por sus vidas, empezando así un enfrentamiento donde se mezclaban el humo de los alucinógenos y el de las bombas. Oficiales y hippies estuvieron en una revuelta por más de media hora, así que los disparos al aire llegaron. Con el primer sonido llegó el primer grito, y los muchachos, horrorizados, voltearon a ver cómo la muchacha tan bella y musical que empezó con el concierto yacía en el grass con un hilo de sangre resbalando por su mejilla izquierda. Charlie, como era de esperarse, corrió hacia donde su verde amante, y, al verla ya muerta, perdió todo su pacifismo y empezó a golpear a diesta y siniestra, abriéndose paso entre los oficiales, descargando su ira, hasta que los policías lo golpearon en la cabeza con uno de sus escudos gigantes y se desmayó. Tras muchas maldiciones y heridas, se logró disipar a los congregados y llevar el cuerpo de Flor a un hospital, donde se confirmó su muerte.

Cuando Charlie despertó, tardó unos minutos en procesar todo lo que había pasado la tarde anterior, y, cuando lo recordó, intentó escapar de aquel cuarto blanco lleno de agujas y vendas para ver a Flor, a su eterna Flor, a su muerta Flor. En vano fueron los intentos de tranquilizarlo, así que tuvieron que inyectarle serias dosis de calmante.

Charlie ahora vuelve a ser el viejo sentado en un sillón, pero esta vez con una lágrima bajando por su mejilla, como la sangre bajando del rostro de su amada, entonces se recuesta, se duerme, y nadie sabe si vuelve a despertar.

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